por Vale Levin

   Mi primer acercamiento con el hebreo fue a los 18 años cuando en un campamento, en el momento del fogón, cuando casi todo el mundo cantaba una canción que era una especie de juego de palabras, entre sonidos onomatopéyicos y palabras en hebre. El corito de la multitud iba algo así como: “Ivrit, ivrit, ivrit daber ivrit”. A mí me resultaba fascinante como la gente cantaba, disfrutaba, se reía con los chicos que ocultaban las frases que en su mayoría todos conocían pero aún así, a todos divertían. Cuando volví de aquel campamento le comenté a mis padres sobre la experiencia y les pregunté porqué todos hablaban hebreo y yo no. En ese momento mi padre me comentó que cuando era pequeña y habían tenido que analizar las propuestas educativas de escuelas para enviarme, mi madre quería que yo fuese a una escuela donde aprendiese hebreo mientras que mi padre consideraba que el idioma importante a aprender, era el inglés. Spoiler alert: la base de mi escuela fue tan buena y me inculcaron tal fascinación por el inglés que terminé haciendo el profesorado de dicha lengua. Siempre me quedará la duda de qué hubiera pasado si el idioma inculcado en mi escuela hubiese sido el hebreo, pero nunca lo sabremos. Fue entonces cuando me di cuenta que a nivel lingüístico, estaba varios pasos atrás de mis amistades del campamento pero siendo una outsider de dicha práctica no podía dejar de ver la pasión con la que mis amistades cantaban esas canciones que seguro habían aprendido en el jardín de infantes porque ninguna melodía parecía ser nuevo o moderna, pero su entusiasmo seguía intacto.

   A lo largo de mi carrera docente no logré generar entusiasmo homogéneo en mis estudiantes con worksheets, ni con artículos, ni con ejercicios sin importar si eran largos o cortos. Pero sí había algo con lo que lograba atraer su entusiasmo, atención y emoción: las canciones, las películas y los juegos. Obviamente siempre empezaba todo con una queja cuando la película parecía un poco romántica o la canción era demasiado lenta o el juego aparentaba ser imposible de ganar. Pero llegaba un momento en el que todos, absolutamente todos estaban conectados con la consigna. Lo cual siempre me hizo pensar que hay algo en esos estímulos visuales que parecen más atractivos que una hoja. Y tardé años en darme cuenta que la hoja podía ser igual de atractiva que la pantalla, sólo que la diferencia estaba, o en la introducción atractiva e intrigante que hacía, o en las emociones que el estímulo les generaba. Tanto en los juegos como en las canciones como en las películas había mucha adrenalina, mucha energía depositaba en la posibilidad de ganar o de ver o escuchar algo que les maravillara los ojos o los oídos. Y, por sobre todo, la vivencia de estar atravesando ese estímulo con ese grupo; ese aprendizaje sería colectivo porque la experiencia también lo sería. Tanto por identificación como por oposición ya que si un alumno estaba ausente el día de una película, al día siguiente sabría que había algo que el grupo había compartido que él no podría recuperar. Con el hebreo me pasó siempre como con Los Simpsons. Nunca vi un capítulo entero de dicha serie y siempre, en cada espacio de mi vida: profesional, personal o social me quedé afuera de un chiste vinculado con un episodio de Los Simpsons. Con el hebreo, muchas veces de mi vida me quedé afuera de conversaciones por no haber conocido a la morá tal o no saber lo que dice la canción tal que es un hit en el verano israelí y llega a mi país para ser bailada no sólo por el ritmo sino por el sentimiento de pertenencia que tiene la gente que sí puede entender lo que dice la letra.

   Comprendí a tardía edad que todos tenemos dificultades con el aprendizaje de un idioma. No existe el políglota perfecto porque no a todos los mismos idiomas nos provocan las mismas emociones. También haciendo investigación no científica entre amigos entendí que cuanto más placentera y agradable fue su experiencia de acercamiento al hebreo en los espacios educativos, mayor es el apego sentimental que tienen con el idioma, sin importar cuáles eran sus calificaciones en la escuela. Un estímulo visual o auditivo puede ser efectivo en la medida en que se logra captar la atención del aprendiz pero por sobre todo, en la medida en que se transmita con el amor y la pasión que pueden hacer que el objeto de aprendizaje sea tan atractivo como el sentimiento que nos une al mismo. Nuestros alumnos nunca aprenderán algo que odiamos porque claramente lo enseñaremos con odio. Pero siempre aprenderán algo que nos genera buenos recuerdos porque ese sentimiento también se transmite, de manera explícita o de forma efímera pero no por eso, menos perceptible. Después de todo, como dice en Hava Naguila, cuya letra utilizada actualmente fue probablemente compuesta en 1918 para celebrar la victoria británica en Palestina durante la Primera Guerra Mundial, tenemos que alegrarnos, cantar y ser felices. ¿Quién no podría disfrutar eso?