por Vale Levin
Un día dos alumnas me cuentan de una charla que habían visto por YouTube. Resulta que una adolescente desafía a su madre a poder visualizar un perfil de Instagram e imaginarse cómo es la persona que están viendo. Es decir, descifrar qué le gusta, qué hace de su vida, con quiénes convive, cómo son sus círculos sociales, preferencias musicales e intereses en su tiempo libre. En el video, la adolescente cuenta que el tiempo límite eran 30 segundos. En ese tiempo analiza rápidamente las fotos subidas y logra interpretar que la joven que está viendo tiene muchos amigos de diferentes ámbitos, que probablemente juega al hockey en un club, asiste a una escuela privada, tiene un noviecito o amigo muy cercano, le gusta decorar su habitación con muchos colores, disfruta jugar con maquillajes, tiene gusto musical variado y está intentando aprender a tocar el ukelele. Toda esa imagen y representación en apenas 30 segundos. Una vida en 30 segundos. Pero esa vida no es la que la joven está describiendo en palabras, sino la que está decidiendo mostrar el imágenes en una red social. En una época donde la tecnología nos rodea por doquier y las redes sociales no sólo nos mantienen conectados, me pregunté, ¿cómo comparten su vida judía los niños y adolescentes de hoy en día? ¿Es su identidad algo que se ve reflejado en sus redes sociales o eligen un avatar de su persona? Y, además, en los casos de estudiantes sumamente atravesados por el ciclo de vida judío desde la educación formal hasta la no formal, ¿es la identidad judía algo que comparten en sus redes?
Uno de los tantos conceptos centrales del judaísmo, es la alianza o pacto con D’s, la cual se remonta a los tiempos de los israelitas. De hecho, los judíos estaban considerados ligados a D’s por una serie de alianzas que distinguían específicamente a los judíos como el pueblo elegido de D’s. De hecho, el nombre de D’s se consideraba demasiado sagrado para ser pronunciado, por lo que se lo designaba por apenas cuatro consonantes o utilizando otras palabras que no fuesen D’s. Abraham hace un pacto con D’s. D’s elige a Moisés para ser el líder que liberara a los israelitas de la esclavitud en Egipto. Luego recibe los mandamientos en el Monte Sinai donde se establecen las reglas más fundamentales del pacto del pueblo de Israel con D’s: hay prohibiciones y hay reglas de observancia. Todos saben qué pueden hacer y qué no. Cómo se denominan y con quién hablan. La identidad está tanto dada como construida. Y no hay redes sociales, no hay perfiles a definir, no hay identidades a construir. Nuestros alumnos, por el contrario, son ciudadanos, son parte de un pueblo, son personas definiéndose constantemente. Por momentos no saben de dónde vienen y por momentos lo tienen tan en claro que no saben para dónde ir porque en esa constante definición, en determinadas ocasiones, se sienten perdidos o abrumados.
La escuela tradicional tardó años en pensar si las redes sociales eran beneficiosas para los procesos educativos o si eran perjudiciales o si implicaban una invasión a la vida privada. Nuestros alumnos hablan, usan y viven a través de las redes sociales. Una aplicación es una forma de definirse, por lo que les gusta y por lo que no. Cuando los adultos, educadores o no, pensamos varias veces antes de subir una foto con un Maguen David por miedo a la aceptación, nuestros estudiantes tienen muy definido qué quieren mostrar, qué imagen propia quieren proyectar, con quiénes quieren mostrarse, a quiénes quieren seguir y los pares con los que se quieren vincular. Estos niños, niñas y adolescentes, son pioneros en la identidad, líderes en tendencia y sujetos activos en su definición de perfil. En lo personal, cuando hablando con mis alumnas, no creo que sean prejuiciosas por pensar en imaginarse un perfil a partir de imágenes en 30 segundos. Sino creo que son curiosas, tienen creatividad y una imaginación que les da vuelo suficiente para pensar que la identidad no tiene límites, que el judaísmo puede ser tan amplio, abierto y diverso como ellas quieran.
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