por Vale Levin
Si es que hay un lugar que suele ser temido por estudiantes, suele ser la sala de maestros y profesores. Aquel recoveco muchas veces oscuro, otras veces en un lugar central para tener un panóptico de la escuela o del recreo. En dicho espacio, los docentes se juntan desesperadamente cuando suena el timbre del recreo, casi tan desesperados como los alumnos, para poder tomarse una pausa y disfrutar de un café, un té, un mate o una buena charla. La conversación en la sala de profesores suele reinar cual murmullo constante. Ahí muchos deciden seguir dando clase, pero a sus pares. A veces el clima es festivo luego de los recesos invernales o de verano. A veces el clima es álgido, sobre todo cuando la conversación vira hacia la política, por ejemplo. Lo curioso es que muchos estudiantes la sala de profesores es un lugar misterioso. Tan misterioso que una vez un estudiante me preguntó “¿cómo pelean los docentes en la sala de profesores?” Esa palabra; “pelear” me quedó resonando en la cabeza. Sobre todo porque el término no fue discutir sino pelear.
Durante muchos años, mi desempeño en la tarea docente fue en escuelas públicas, en zonas carenciadas, con población altamente vulnerable. Los códigos allí son otros. Las palabras son otras. Los recursos son otros. La desigualdad social lleva por momentos a comprender que las herramientas son limitadas y mucho me costaba hacerles entender a mis estudiantes, que sus recursos podían ser más amplios, sobre todo en cuanto a lo material. Allí sí que perdía la batalla. Pero había otra batalla que estaba más que dispuesta a luchar y esa era la batalla lingüística. Yo estaba segura que fuera cual fuera el origen de mis estudiantes, las escasas posibilidades que tenían en sus casas; a nivel lingüístico, ellos podían llegar mucho más lejos de donde estaban. De hecho, muy lejos. En los recreos eran comunes las peleas, al punto que las cosas se iban literalmente de las manos porque, de hecho, se iban a las manos. Y no quiero decir con esto que toda violencia es parte de contextos vulnerables. No. De ninguna manera, La violencia puede darse en todas las esferas sociales y es nuestro deber como educadores, erradicarla. Al igual que a las desigualdades. Pero lo cierto es que cada vez que mis estudiantes se iban a los golpes, a mí me costaba muchísimo hacerles entender que todo se podía solucionar con la palabra. Un día, un estudiante me dijo “pero ustedes en la sala de profesores se pelean, toca el timbre, vuelven a clase y se olvidan de la pelea”, Fue curioso cómo mi alumno quiso hacerme entender su furia con un ejemplo que pensó aplicaba a mi realidad cuando en realidad no lo hacía. Era cierto que había peleas en la sala de profesores pero nunca íbamos a utilizar la violencia para solucionar los altercados. Ni tampoco existía eso de olvidarse del conflicto cuando sonaba el timbre. El conflicto seguía, pero seguía de manera discursiva, siempre en el ámbito de la palabra.
Hace poco, mi queridísima colega Faustine me facilitó fuentes para poder entender lo que sucede en dichas peleas, desde la óptica del judaísmo: “Toda disputa que sea por el bien del cielo, al final perdurará. Pero una que no sea por el bien del cielo, no perdurará. ¿Cuál es la controversia que es por el bien del cielo? Esa era la controversia de Hillel y Shammai.” (Pirkei Avot) Hillel y Shammai tenían profundas discrepancias pero no discutían para convencer al otro o para atribuirse la victoria. Sino que lo hacían para descubrir la verdad mediante la posibilidad de ver las perspectivas del otro. A veces nos reímos y bromeamos con el clásico chiste “dos judíos, tres opiniones”. Pero esa gracia tiene un trasfondo que puede remitirse a estas fuentes. Uno puede llegar a un debate con su postura, escuchar la del otro y luego incluso llevarse una tercera opinión como conclusión. Y qué bello cuando sucede eso porque quiere decir que estuvimos en ese diálogo muy permeables a la opinión del otro, abiertos a aceptar otro punto de vista. Esto es el judaísmo, una cultura que propicia el debate, abre las puertas a las diferencias y permite el intercambio de ideas no por el mero triunfo de uno sobre otro sino principalmente en pos de la idea de la pluralidad de miradas. Esta diversidad es quizás la que nos hace pensar las cosas tan en profundidad que quizás nos corremos del tema o quizás, simplemente, lo enriquecemos discursiva e intelectualmente.
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