por Vale Levin
¿Cuántas veces hemos tenido como docentes capacitaciones de primeros auxilios? ¿Qué tanto podemos retener en una capacitación de RCP si no estamos en ese momento en consciencia de la necesidad de ese recurso? ¿Cómo darse cuenta que lo que nos están explicando podremos ponerlo en práctica con calma y certeza frente a una emergencia? Y además, qué tiene el judaísmo para decirnos respecto de la ciencia vinculada con la salud como lo es la medicina, y la ciencia vinculada con la vocación, como lo es la docencia. Cuando pensamos en grandes exponentes de la medicina y el judaísmo, el primer nombre que se nos viene a la cabeza es: Maimónides. Ahora bien, veamos qué tenía este gran genio para decir y podremos entender el legado que nos dejó no sólo al pueblo judío sino también a la humanidad.
Maimónides adquirió práctica médica cuando contaba con poco más de 30 años de edad. Hoy en día esa sería una oportuna edad para realizar especializaciones, posgrados, profundizar conocimientos. Pero, en el Medioevo, ser un treintañero implicaba ser una persona de avanzada edad en la vida. De esta manera sus escritos médicos datan de cuando era un hombre entrado en años. La obra más característica de sus escritos en la materia, el tratado Régimen de Salud, fue dedicada al Sultán el-Malik el-Afdhal, a quien sirvió como médico de la corte, no antes de 1198, cuando contaba con 63 años de edad. Es notorio que se había abstenido de escribir sobre temas seculares, como ser la medicina, antes de completar sus obras maestras sobre el ritual y la filosofía judía. A decir verdad, fue sólo a una edad avanzada cuando adquirió una posición elevada en la jerarquía médica. La distinción entre sus contribuciones literarias judaicas y médicas es muy notable, y cabe señalar un hecho importante: en sus escritos médicos no es posible encontrar elementos específicamente judíos. En su Explicación de los Nombres de las Drogas no hay un solo término en hebreo, y los equivalentes de vocablos árabes son dados en griego, persa, español, etc., y naturalmente también en letras árabes, no en letras hebreas. De la misma manera Maimónides, en su obra Sobre Tóxicos, cuando se refiere extensamente a las hidrofobias, no menciona al Talmud, que habla de un tipo de terapia orgánica para las rabias, según la cual el hígado del perro rabioso es dado de comer a la víctima (seguro a nuestros alumnos les encantaría saber estas anécdotas que si bien asquerosas, siempre llaman su atención). Esta idea, mutatis mutandis, trae a la memoria el gran descubrimiento de Pasteur. Esto, pese a las muchas referencias literarias en su obra, sobre autoridades prominentes en la materia, tanto de la antigüedad como del Medioevo. Nos atrevemos a explicar esta falta de referencia a las fuentes judías, recurriendo a la hipótesis de que Maimónides vivía tan imbuido de la santidad de su tradición hebrea, que separaba las esferas profanas de las sagradas en sus desvelos, hasta el punto de no incluir datos bíblicos ni talmúdicos en su producción literaria médica.
Con frecuencia se dice que Maimónides fue un médico-filósofo, lo que no está lejos de la verdad. Obviamente las materias médicas que encerraba en sus obras no son la atracción principal para el lector contemporáneo, que vive en una época de inmenso desarrollo médico. Pero el estudiante de sus trabajos médicos, con criterio discriminatorio, se ve beneficiado por el descubrimiento de observaciones e ideas que presagian formulaciones de períodos muy posteriores. Maimónides aconseja una acción rápida cuando la enfermedad lo requiere. Un discernimiento claro de la naturaleza del mal ayudará al médico a delinear y planificar su acción, a “comprobar cuáles son las enfermedades que reclaman ser atacadas y controladas con prontitud”. Maimónides se refiere con frecuencia a los principios que deberían guiar a los médicos en el ejercicio de sus deberes. En un mundo de sumisión ciega a la autoridad, en todas las esferas: religión, ciencia y política; su enfoque representa un vuelco decisivo que presagia el advenimiento de una nueva erudición. La acentuación de la duda por parte de Maimónides y su alegato de que representa el mayor estímulo para la mente creadora, pueden ser juzgados como una especie de programa para el futuro. Este principio no fue abstracto para Maimónides, sino que lo guió en todos los aspectos de su actividad intelectual. Pese a las críticas que formuló a las prácticas médicas de su tiempo, Maimónides representaba el tipo positivo de doctor, su concepto de salud abarca no sólo el contexto de enfermedad sino inclusive cuando la salud es plena: “Esto es válido en tanto el médico alcanzó la perfección hasta un límite posible, de modo que se le puede confiar el cuerpo y el alma de alguien, a fin de que guíe con sus consejos”.
Cuando pensamos en la salud desde los aspectos educativos, lo hacemos desde una concepción abarcativa de la misma, que alcanza no sólo la esfera física sino también la mental. Cuando pensamos en nuestros educandos sanos, no sólo hablamos de ellos como seres despojados de enfermedades, sino que debemos pensar las instituciones educativas como aquellas que promueven los vínculos sanos, los hábitos de recreación y los espacios de interacción para enriquecimiento espiritual y emocional. No debemos caer en el error de estar en un ambiente hermoso pero fomentar vínculos nocivos. Es la salud a nivel integral la que nos permitirá fomentar espacios de aprendizaje y crecimiento. En nuestro propósito de caracterizar a Maimónides como médico, nos vemos forzados a comparar su posición en la medicina con sus actividades en otras esferas. Él transfiere su autoridad en problemas religiosos y normas de conducta, al dominio de la medicina. Aparte de contestar a cuestiones médicas específicas, sigue siendo un maestro y líder de los miembros de la profesión médica. Algunos de sus escritos sobre medicina revelan una similitud con sus respuestas legales y fueron redactados realmente a pedido de sus pacientes. Inclusive la ordenación sistemática de sus obras médicas, puede ser comparada con sus escritos legales y filosóficos. Similarmente, adaptamos nuestras prácticas docentes a las necesidades de nuestros educandos y de la comunidad educativa, cuando la misma así lo requiere, pero siempre pensando en una relación sana y orgánica entre todos los sujetos que la componen.
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