por Kevin Ary Levin

Rosh Hashaná representa el inicio de un nuevo año en el calendario hebreo. Se celebra los dos primeros días del mes de Tishrei, que en el calendario gregoriano corresponden este año al tiempo entre la noche del 29 de septiembre y la noche del 1 de octubre. Podemos encontrar la mención más antigua de esta celebración en la Torá (específicamente en Levítico 23:24) aunque encontramos ahí más prescripciones que explicaciones: se lo denomina un “día de descanso” y un momento de congregación, de sacrificios animales (una práctica que hace dos mil años no existe en el judaísmo) y de tocar el shofar (un instrumento musical hecho del cuerno de un animal, generalmente el carnero). Ya en el Talmud, el monumental compendio de la tradición oral judía, podemos encontrar el significado tradicional de la festividad que se relata hoy en día: Rosh Hashaná aparece así como el aniversario de la creación de Adán, el primer ser humano, y como un día de juicio sobre los actos de la humanidad, donde se decidirá el futuro de los individuos en base a los actos que cometieron. La tradición judía habla de un período de diez días entre Rosh Hashaná y Iom Kipur (Día del Perdón) para la introspección y las buenas acciones, conocido como “días terribles” o, de forma tal vez más simpática, “diez días de arrepentimiento”, tras los cuales se espera quedemos inscriptos en el Libro de la Vida. El sonido del shofar representaría entonces una especie de “reloj despertador” que nos llama a mejorar como personas y pensar nuestro aporte individual para la creación de un mundo más justo.
Aunque esta es su explicación más basica, la vida judía en la actualidad se caracteriza por su diversidad y Rosh Hashaná no es la excepción. Hay muchas formas diferentes de recibir esta festividad, que dependen del tipo de observancia de cada judío individual así como de tradiciones familiares, muchas de las cuales tienen que ver con la histórica dispersión geográfica de los judíos por todo el mundo, durante la cual las comunidades desarrollaron ritos particulares. Además del descanso y del toque del shofar, muchos judíos de todo el mundo reciben la festividad con una o dos cenas familiares llenas de símbolos, como la manzana con miel (que representa el deseo de tener un año dulce), la jalá agulá (un pan trenzado y redondo que representa el carácter cíclico del año), la cabeza de pescado (reflejo del deseo de “ser cabeza y no cola”) y la granada (representando las buenas acciones a las que aspiramos, tan numerosas como las semillas de la fruta), entre otros.  Muchos recibirán el año asistiendo a servicios especiales en sinagogas mientras que para otros la festividad se recibe con familia o amigos. Como corresponde a toda celebración judía, hay vino y suele haber mucha (algunos dirán demasiada) comida.
Uno de los saludos tradicionales para la fiesta es “¡Shaná tová umetuká!”, que en hebreo significa “¡Un año bueno y dulce!”. Los más valientes también pueden probar su suerte con el siguiente trabalenguas: “Leshaná tová tikatevu ve tejatemu”, es decir, “que sean inscriptos y sellados para un buen año”. ¡Hay tiempo para practicar!