por Vale Levin

Vivimos en un mundo en constante crisis: crisis económica, crisis existencial, crisis de valores, crisis familiares, crisis educativas. Mientras alrededor de nuestros estudiantes todo entra en jaque; nosotros debemos entrar a actuar. Hacer como si nada sucediese no parece ser lo más honesto. Hacer como si todo sucediese, no parecería ser lo más sano. Entonces nos planteamos, plantamos, y trabajamos con la crisis. Nuestras instituciones educativas no pueden ser ajenas a los conflictos que la rodean, entonces todo interfiere. Tengo muy presente haber sido estudiante en nivel medio durante una gran crisis que en el 2001 afectó a mi país. Y lo peor no fue a mi entender la crisis económica que afectó enormemente a las familias sintiendo las secuelas hasta muchos años después; sino la crisis de valores que dejó a parte de la sociedad devastada, pensando que jamás volveríamos a ser los mismos ni tener la misma vida. Pero la vida en si misma está destinada a cambiar, a ser un motor que nos mueve y nos modifica. Por el mismo motivo, el judaísmo con el que nos vinculamos debe cambiar su óptica y ajustarse a nuestra necesidad espiritual o cultural del momento sin perder la esencia que lo caracteriza.

Durante aquellos años de crisis muchas familias que mandaban a sus hijos a ciertas escuelas debieron trasladarlos de instituciones ya que las cuotas se hacían imposibles de pagar. En muchos casos madres y padres no se animaron a pedir ayuda por incomodidad o vergüenza. En otros casos la misma red escolar judía se organizó a fin de establecer fondos de ayuda para poder sustentar la educación de niños y adolescentes de su comunidad. En otros casos, hasta fueron receptores de familias que no conocían y a quienes estaban dispuestos a ayudar. Parece ser que cuando la ayuda es económica, genera incomodidad. Si bien sabemos que la caridad es un concepto asociado al cristianismo, ¿qué sucede cuando la Tzedaká tiene un delgado límite entre lo solidario y no lastimoso por lo menos según la perspectiva de una de las partes?

Nos explica Jaime Barylko en su libro Introducción al Judaísmo que Caín, hijo primogénito de Adán, trajo un sacrificio a D’s. Abel, su hermano menor, “también él” trajo una ofrenda para el Altísimo. D’s aceptó el regalo de Abel pero rechazó el de Caín. ¿Por qué? Porque Abel “también él” trajo. Se trajo a sí mismo. No era un objeto exterior que obsequiaba impasiblemente. Entregaba todo su ser. Ahí había verdad interior y no sólo exterior. Abel estaba comprometido con lo que hacía. Tal vez todo el judaísmo, explica Barylko, podría “resumirse en esa única palabra: compromiso”. Caín desligaba a D’s de su vida y entendía que un acto ritual vale en sí y por sí y concluye su cometido. Caín cree que D’s necesita de sus regalos “como muchos creen ingenuamente que el divino Creador necesita de sus rezos, de sus ayunos, etc. Craso error” discute Barylko. Este clásico relato bíblico enseña que la vida auténtica no es automatismo. Nada está dado, predeterminado. Todo debe darse, puede darse. Del hombre depende. El hombre dispone el escenario en realidad para que los personajes jueguen su juego. La concepción judía del hombre, de la vida, no se basa en el conocimiento de la verdad entonces, sino de hacer de la existencia una verdad con significado, con sentido para uno mismo y su comunidad porqué no. Este plano ya se aleja de las ideas del propio ser como un pasaje al otro mundo. Se pretende entonces que las ideas broten del propio ser, se incorporen a él y transformen no sólo su esencia sino también su entorno; su comunidad. Entonces al no estar la verdad en el cielo, en el plano del más allá, en las manos de un ser que no podemos alcanzar; está todo a nuestro alcance, siendo nosotros los responsables. Es por eso que lo que sucedió aquellas épocas de crisis, las decisiones que tomaron algunas instituciones en cuanto a tomar las riendas del destino de la comunidad, brindando apoyo a las familias más necesitadas, fue lo que tenía que suceder. Más allá de congratular ese evento, nos queda aún pensar en qué sintieron esas familias y cómo podrían agradecer tremendo gesto. Una vez una persona me dijo que en el judaísmo no se devuelve un favor de la misma manera (ahondaremos en esta explicación durante una entrevista que realizaremos en las próximas semanas). Pero sí es cierto que muchas veces si nos hacen un regalo, nos prestan cierta ayuda o nos hacen una colaboración, no parece ser la forma correcta el retribuir el gesto con la misma acción.

Entre estudiantes, entre docentes, entre directivos mismos nos encontramos en varias oportunidades brindándonos ayuda mutuamente. Es parte del trabajo en equipo y la colaboración mutua generar un clima de confianza donde podamos solicitar ayuda, pero al mismo tiempo por una cuestión de respeto a veces sentimos que debemos retribuir o agradecer la colaboración. El concepto de Tzedaká nos enseña que ayudar no es una característica de la bondad sino una obligación ética. Podemos pensar en los que reciben tzedaká y deciden retribuírsela a la persona misma que se la otorgó o a otra persona, con otra necesidad, de otra forma. Esa transformación es la misma transformación que nuestra comunidad atraviesa con el paso del tiempo, con los acontecimientos que la rodean, la coyuntura existente. Si la solidaridad brindada y la justicia entendida cambian según el receptor de dicho mensaje, porqué no habría de cambiar nuestra comunidad en sus mensajes; conservando el concepto de tzedaká, conservando entonces la esencia de nuestro judaísmo. Nuestra forma de dar tzedaká puede cambiar en la medida en que nuestra comunidad o institución se modifique. Abel, Caín, Adonai, son las mismas tres figuras que analizamos a lo largo de los años pero su interpretación puede cambiar según la forma que decidimos darle a la ofrenda. Material o simbólicamente, pensemos día tras día qué forma queremos que tenga nuestra ofrenda.